Tercera cruzada





La tercera cruzada (1187-1191), también conocida como la Cruzada de los Reyes, fue un intento de los líderes europeos para reconquistar la Tierra Santa de manos de Salah ad-Din Yusuf ibn Ayyub, conocido en español como Saladino. Fue un éxito parcial, pero no llegó a su objetivo último: la conquista de Jerusalén. Tras el fracaso de la segunda cruzada, la dinastía Zengida controló una Siria unida y comprometida en un conflicto con los gobernantes fatimíes de Egipto, que finalmente dio lugar a la unificación de las fuerzas egipcias y sirias bajo el mando de Saladino, que los empleó para reducir la presencia cristiana en Tierra Santa y recuperar Jerusalén en 1187. 

Estimulado por el celo religioso, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia pusieron fin a su conflicto para llevar una nueva cruzada, aunque la muerte de Enrique en 1189 dejó a los ingleses bajo el gobierno de Ricardo Corazón de León en su lugar. El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico Barbarroja respondió a la llamada a las armas y dirigió un ejército poderoso a través de Anatolia, pero se ahogó antes de llegar a la Tierra Santa. Muchos de sus soldados desanimados volvieron a sus casas. Después de expulsar a los musulmanes de Acre, el sucesor de Federico, Leopoldo V "el Virtuoso", y Felipe salieron de Tierra Santa en agosto de 1191. Saladino no pudo derrotar a Ricardo en ningún enfrentamiento militar, que aseguró varias ciudades costeras más importantes. Sin embargo, el 2 de septiembre de 1192, Ricardo firmó un tratado con Saladino por el cual Jerusalén permanecería bajo control musulmán, pero también se permitiría a los peregrinos cristianos visitar la ciudad. Ricardo salió de Tierra Santa el 9 de octubre. Los éxitos de la tercera cruzada permitirían a los cruzados mantener un reino considerable con su sede en Chipre y la costa de Siria. Sin embargo, su incapacidad para recuperar Jerusalén daría lugar a la petición de una cuarta cruzada seis años más tarde.


Tercera Cruzada 
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de este. Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de solo doce años que murió envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. 

Saladino era un hombre sabio que logró la unión de las facciones musulmanas, así como el control político y militar desde Egipto hasta Siria. Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. Balduino IV de Jerusalén quedó rodeado por un solo Estado y se vio obligado a firmar frágiles treguas tratando de retrasar el inevitable final.

Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido patriarca, el general en jefe del ejército unido de Jerusalén: Guido de Lusignan. Él mismo apoyaba una política agresiva y de no negociación con los sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate, cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de la inferioridad numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy de Lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su obsesión en enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la protección de la ciudad y de sus habitantes.

Reinaldo de Châtillon era un bandido con título de caballero que no se consideraba atado por las treguas firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó expediciones de piratas para atacar a los barcos de peregrinos que iban a La Meca, ciudad muy importante para los musulmanes. El ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias manos. 

Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado, junto con los Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin el 4 de julio de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados, dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de la Vera Cruz. Saladino mató con sus propias manos a Reinaldo de Châtillon. Algunos de los caballeros Templarios y Hospitalarios capturados fueron también ejecutados. Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del mismo año conquistó Jerusalén. Comparada con la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus habitantes debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron esclavizados. El reino de Jerusalén había desaparecido. 

La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el papa Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En esta participaron reyes de los más importantes de la cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado III). Este último, al mando del grupo más poderoso, siguió la ruta terrestre, en la que sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el emperador murió ahogado mientras se bañaba en el río Salef (en la actual Turquía) y su ejército ya no continuó hacia Palestina. Barbarroja durante su estadía en el Reino de Hungría le había pedido al príncipe Géza, hermano del rey Bela III de Hungría que se uniese a las fuerzas cruzadas, así, un ejército de dos mil soldados húngaros partió al lado de los germánicos. Si bien después de los conflictos bélicos el rey húngaro habría llamado de regreso a sus fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que no tenía buenas relaciones con Béla III. Los ejércitos inglés y francés llegaron por la ruta marítima. Su primer (y único) éxito fue la toma de Acre el 13 de julio de 1191, tras la cual Ricardo realizó una matanza de varios miles de prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno para seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y además le valió el nombre por el que sería reconocido en la historia, Corazón de León. 

Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en su país y molesto por las rivalidades con Ricardo Corazón de León, por lo que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la cruzada. Este llegó hasta las proximidades de Jerusalén, pero en lugar de atacar prefirió firmar una tregua con Saladino, temiendo que su ejército diezmado de 12 000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no arriesgar militarmente una derrota que no les daría a los cristianos la posibilidad del control posterior de la Ciudad Santa, pactaron con el mismo Saladino, quien también estaba cansado y diezmado, la tregua que permitía el libre acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa. Saladino falleció seis meses después. Ricardo murió en 1199 por una herida de flecha en su regreso a Europa. De esta forma, se cerraba la tercera cruzada con un nuevo fracaso para los dos bandos, dejando sin esperanzas a los Estados francos. Era cuestión de tiempo para que desapareciera la estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo, resistieron aún un siglo más. 



Al pasar por una posada cercana a Viena, en su viaje de regreso a Inglaterra, Ricardo fue hecho prisionero por orden del duque Leopoldo de Austria, cuyo estandarte Ricardo había arrojado al foso en Acre. Más tarde pasó a poder del emperador Enrique VI, que lo tuvo cautivo durante un año, y no lo puso en libertad hasta marzo de 1194, previo pago de la enorme suma de 150000 marcos. El resto de su reinado lo pasó guerreando contra Francia, y murió a consecuencia de una herida de flecha en el Lemosín, en 1199, a la edad de 42 años. 

Saladino murió poco después de la partida de Ricardo, el 3 de marzo de 1193, teniendo como única posesión una moneda de oro y 47 de plata, pues había repartido el resto de su patrimonio entre sus súbditos. El resultado poco satisfactorio de la Tercera Cruzada provocó que se predicase la Cuarta, que se desvió hasta Constantinopla.

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