El Imperio bajo los Hohenstaufen



Conrado III de Alemania llegó al trono en 1138 e inició una nueva dinastía, la de los Hohenstaufen. Con ella el Imperio entró en una época de apogeo bajo las condiciones del Concordato de Worms de 1122. De este periodo cabe destacar la figura de Federico I Barbarroja (rey desde 1152, emperador en 1155-1190). Bajo su reinado tomó fuerza la idea de romanidad del Imperio, como modo de proclamar la independencia del emperador respecto a la iglesia, pero simultáneamente rebautizaría al Imperio como "Sacro imperio" (es decir, "sagrado", pero bajo los dictados del rey, no del papa). Una asamblea imperial en 1158 en Roncaglia proclamó de forma explícita los derechos imperiales. Aconsejada por diversos doctores de la emergente Facultad de Derecho de la Universidad de Bolonia, se inspiraron en el Corpus Iuris Civilis, de donde extrajeron principios como el de princeps legibus solutus ("el príncipe no está sometido a la ley") del Digesto. El hecho de que las leyes romanas hubieran sido creadas para un sistema totalmente diferente, y que no fuesen adecuadas a la estructura del Imperio, era obviamente secundario; la importancia residía en el intento de la Corte imperial de establecer una especie de texto constitucional. Hasta la Querella de las Investiduras, los derechos imperiales eran referidos de forma genérica como “regalías”, y no fue hasta la asamblea de Roncaglia, que dichos derechos fueron explicitados. La lista completa incluía derechos de peaje, tarifas, acuñación de moneda, impuestos punitivos colectivos, y la investidura (elección y destitución) de los detentores de cargos públicos. Estos derechos buscaban su justificación de forma explícita en el derecho romano, un acto legislativo de profundo calado. Al norte de los Alpes, el sistema también estaba ligado al derecho feudal. Barbarroja consiguió así vincular a los duques germánicos (renuentes al concepto de la institución imperial, como ente unificador). Para solucionar el problema que suponía que el emperador (tras la Querella de las Investiduras) no pudiese continuar utilizando a la iglesia como parte de su aparato de gobierno, los Hohenstaufen cedieron cada vez más territorio a los “ministerialia”, que formalmente eran siervos no libres, de los cuales Federico esperaba fuesen más sumisos que los duques locales. Utilizada inicialmente para situaciones de guerra, esta nueva clase formaría la base de la caballería, otro de los fundamentos del poder imperial. 

Otro paso constitutivo importante que se realizó en Roncaglia fue el establecimiento de una nueva paz (Landfrieden) en todo el Imperio, un intento de abolir las vendettas privadas entre los duques, al tiempo que se conseguía someter a los subordinados del emperador a un sistema legislativo y jurisdiccional público, encargado de la persecución de los actos delictivos, una idea que en esos tiempos aún no era universalmente aceptada, y que se asemejaría al concepto moderno del "imperio de la ley". 

Otro nuevo concepto de la época fue la sistemática fundación de ciudades, tanto por parte del emperador como por los duques locales. Este fenómeno, justificado por el crecimiento explosivo de la población, también supuso una forma de concentrar el poder económico en lugares estratégicos, teniendo en cuenta que las ciudades ya existentes eran fundamentalmente de origen romano o antiguas sedes episcopales. Entre las ciudades fundadas en el siglo XII se incluyen Friburgo de Brisgovia, modelo económico para muchas otras ciudades posteriores, o Múnich. 

La lucha entre los "Poderes Universales": 

Los Poderes universales eran el Pontificado y el Imperio, por cuanto ambos se disputaban el llamado Dominium mundi (dominio del mundo, concepto ideológico con implicaciones tanto terrenales como trascendentes en un plano espiritual). En 1176 se llegó a la batalla de Legnano, la cual tuvo una repercusión crucial en la lucha que mantenía Federico Barbarroja contra las comunas de la Liga Lombarda (bajo la égida del papa Alejandro III). Esa batalla fue un hito dentro del prolongado conflicto interno entre güelfos y gibelinos, y del todavía más antiguo existente entre los dos poderes universales: Pontificado e Imperio. Las tropas imperiales sufrieron una derrota humillante y Federico se vio forzado a firmar la Paz de Venecia (1177) por la que reconoció a Alejandro III como papa legítimo. Al mismo tiempo, reconocía a las ciudades el derecho de construir murallas, de gobernarse a sí mismas (y su territorio circundante) eligiendo libremente a sus magistrados, de constituir una liga y de conservar las costumbres que tenían "desde los tiempos antiguos". Este amplio grado de tolerancia, al que el historiador Jacques Le Goff llama "güelfismo moderado", permitió crear en Italia una situación de equilibrio entre las pretensiones imperiales y el poder efectivo de las comunas urbanas, similar al equilibrio logrado entre el imperio y el papado a través del Concordato de Worms (1122) que resolvió la Querella de las Investiduras. 

El reinado del último de los Staufen fue en muchos aspectos diferente de los de sus predecesores. Federico II Hohenstaufen subió al trono de Sicilia siendo todavía un niño. Mientras, en Alemania, el nieto de Barbarroja, Felipe de Suabia, y el hijo de Enrique el León, Otón IV, le disputaron el título de rey de los alemanes. Después de ser coronado emperador en 1220, se arriesgó a un enfrentamiento con el papa al reclamar poderes sobre Roma; sorprendentemente para muchos, logró tomar Jerusalén mediante un acuerdo diplomático en la Sexta Cruzada (1228) cuando todavía pesaba sobre él la excomunión papal. Se autoproclamó rey de Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y Nazaret. 

A la vez que Federico elevaba el ideal imperial a sus más altas cotas, inició también los cambios que llevarían a su desintegración. Por un lado, se concentró en establecer un Estado de gran modernidad en Sicilia, en servicios públicos, finanzas o legislación. Pero a la vez, Federico fue el emperador que cedió mayores poderes ante los duques germanos. Y esto lo hizo mediante la instauración de dos medidas de largo alcance que nunca serían revocadas por el poder central. En la Confoederatio cum princibus ecclesiasticis de 1220, Federico cedió una serie de las regalías a favor de los obispos, entre ellas impuestos, acuñación, jurisdicciones y fortificaciones, y más tarde, en 1232 el Statutem in favorem principum fue fundamentalmente una extensión de esos privilegios al resto de los territorios (los no eclesiásticos). Esta última cesión la hizo para acabar con la rebelión de su propio hijo Enrique, y a pesar de que muchos de estos privilegios ya habían existido con anterioridad, ahora se encontraban garantizados de una forma global, de una vez y para todos los duques alemanes, al permitirles ser los garantes del orden al norte de los Alpes, mientras que Federico se restringía a sus bases en Italia. 

El documento de 1232 señala el momento en que por primera vez los duques alemanes fueron designados domini terrae, señores de sus tierras, un cambio terminológico muy significativo. 

Al morir Federico II en 1250, dio comienzo un periodo de incertidumbre, pues ninguna de las dinastías susceptibles de aportar un candidato a la corona se mostró capaz de hacerlo, y los principales duques electores elevaron a la corona a diversos candidatos que competían entre sí. Este periodo se suele conocer como Interregnum, que empezó en 1246 con la elección de Enrique Raspe por el partido angevino y la elección del Guillermo de Holanda por el partido gibelino; muerto este último en 1256, una embajada de Pisa ofreció la corona de rey de Romanos a Alfonso X "el Sabio", quien por ser hijo de Beatriz de Suabia pertenecía a la familia Staufen. Sin embargo, su candidatura se enfrentó a la de Ricardo de Cornualles y no prosperó. 

El Interregnum terminó en 1273, cuando coronaron a Rodolfo I de Habsburgo. La derrota del Imperio (plasmada en la batalla de Legnano) había quedado plenamente de manifiesto ya en el reinado de Federico II y se había ratificado con el fin de los Staufen, las graves dificultades del interregno en Alemania, y la infeudación del Reino de Sicilia en Carlos I de Anjou, haciendo realidad la plena potestad pontificia.

Las dificultades en la elección de emperador llevaron al surgimiento de un colegio de electores fijo, los Kurfürsten, cuya composición y procedimientos fueron establecidos mediante la Bula de Oro de 1356. Su creación es con toda probabilidad lo que mejor simboliza la creciente dualidad entre Kaiser und Reich, emperador y reino, y con ello, el final de su identificación como una sola cosa. Una muestra de esto la tenemos en la forma en que los reyes del periodo post-Staufen lograron mantener su poder. Inicialmente, la fuerza del Imperio (y sus finanzas) tenían su base en gran medida en el territorio propio del Imperio, también llamado Reichsgut, que siempre pertenecieron al rey (e incluían diversas ciudades imperiales). Tras el siglo XIII, su importancia disminuyó (aunque algunas partes se mantuvieron hasta el fin del Imperio en 1806). En su lugar, los Reichsgüter fueron empeñados a los duques locales, con objeto, en ocasiones, de obtener dinero para el Imperio pero, con más frecuencia, para recompensar lealtades o como modo de controlar a los duques más obstinados. El resultado fue que el gobierno de los Reichsgüter dejó de obedecer a las necesidades del rey o los duques. En su lugar, los reyes, empezando por Rodolfo I de Habsburgo, confiaron de forma creciente en sus territorios o Estados patrimoniales como base para su poder. A diferencia de los Reichsgüter, que en su mayor parte estaban esparcidos y eran difícilmente administrables, sus territorios eran comparativamente compactos y, por lo tanto, más fáciles de controlar. De este modo, en  1282  Rodolfo I  ponía a disposición de sus hijos Austria y Estiria. Con Enrique VII, la casa de Luxemburgo entró en escena, y en 1312 fue coronado como el primer emperador del Sacro Imperio desde Federico II. Tras él, todos los reyes y emperadores se sostuvieron gracias a sus propios Estados patrimoniales (Hausmacht): Luis IV de Wittelsbach (rey en 1314, emperador 1328-1347) en sus territorios de Baviera; Carlos IV de Luxemburgo, nieto de Enrique VII, fundó su poder en los Estados patrimoniales de Bohemia. Es interesante constatar, a raíz de esta situación, cómo aumentar el poder de los Estados y territorios del Imperio se convirtió en uno de los principales intereses de la corona, ya que con ello disponía de mayor libertad en sus propios Estados patrimoniales. El siglo XIII también vio un cambio mucho más profundo tanto de carácter estructural como en la forma en que se administraba el país. En el campo, la economía monetaria fue ganando terreno frente al trueque y el pago en jornadas de trabajo. Cada vez más se pedía a los campesinos el pago de tributos por sus tierras; y el concepto de "propiedad" fue sustituyendo a las anteriores formas de jurisdicción, aunque siguieron muy vinculadas entre sí. En los distintos territorios del Imperio, el poder se fue concentrando en unas pocas manos: los detentores de los títulos de propiedad también lo eran de la jurisdicción, de la que derivaban otros poderes. Es importante remarcar, no obstante, que jurisdicción no implicaba poder legislativo, que hasta el siglo XX fue virtualmente inexistente. Las prácticas legislativas se asentaban fundamentalmente en usos y costumbres tradicionales, recogidos en costumarios. 

Durante este periodo, los territorios empiezan a transformarse en los precedentes de los Estados modernos. El proceso fue muy distinto según los territorios, siendo más rápido en aquellas unidades que mantenían una identificación directa con las antiguas tribus germánicas, como Baviera, y más lento en aquellos territorios dispersos que se fundamentaban en privilegios imperiales. La construcción del Imperio estaba todavía lejos de su fin a principios del siglo XV, aunque varias de sus instituciones y procedimientos habían sido establecidos por la Bula de Oro de 1356. Las reglas sobre cómo el rey, los electores y los otros duques debían cooperar en el Imperio, dependían de la personalidad de cada rey. Esto probó ser algo fatal, cuando Segismundo de Hungría, uno de los últimos miembros de la Casa real de Luxemburgo (rey germánico en 1410, emperador 1433-1437) y Federico III de Habsburgo (rey germánico en 1440, emperador 1452-1493) rehuyeron los territorios tradicionales del Imperio, residiendo preferentemente en sus Estados patrimoniales. Tal es el caso de Segismundo, quien reinó como rey húngaro desde 1387, y luego de vivir en Hungría por 23 años fue electo rey de los romanos en 1410 sin abandonar su corte. Posteriormente fue electo emperador germánico en 1433, 5 años antes de su muerte, y en esa fase de su vida si mantuvo un papel más activo, viajando a Francia, Inglaterra y a otras tierras europeas. Por otra parte, Federico III de Habsburgo se retiró a Viena y desde ahí condujo el Imperio. Sin la presencia del rey, la antigua institución del Hoftag, la asamblea de los dirigentes del reino, cayó en la inoperancia, mientras que la Dieta (Reichstag) aún no ejercía como órgano legislativo del Imperio, y lo que es aún peor, los duques con frecuencia se enzarzaban en disputas internas, que a menudo desembocaban en guerras locales. 

Por la misma época, la iglesia vivía también tiempos de crisis. El conflicto entre distintos papas que competían entre sí sólo pudo resolverse en el Concilio de Constanza (1414-1418). Después de 1419, las energías se centrarían en luchar contra la herejía husita. La idea medieval de un único Corpus christianum, en el que papado e imperio eran las instituciones principales, iniciaba su declive. A raíz de estos drásticos cambios, emergieron fuertes discusiones sobre el propio Imperio durante el siglo XV. Las reglas del pasado ya no se ajustaban de forma correcta a la estructura del presente, y aumentaba el clamor que pedía un reforzamiento de los antiguos Landfrieden. Durante este tiempo, surgió el concepto de "reforma" en el sentido del verbo latino re-formare, recuperar la forma pretérita que se había perdido. 

A finales del Siglo XV, el imperio mantuvo cierta influencia en la política del reino de Hungría. El emperador Federico III de Habsburgo recibió en su corte a Isabel, la hija del fallecido Segismundo de Hungría, viuda del rey Alberto de Hungría (también de la Casa de los Habsburgos), la cual huyó con su hijo recién nacido y coronado como Ladislao V de Hungría ante la inestabilidad política en el reino. Se llevó consigo la Santa Corona Húngara, lo que causó graves problemas posteriormente al rey Matías Corvino de Hungría, pues para que fuese legítima su coronación esta solo podía llevarse a cabo con esta joya, que solo en 1463 consiguió recuperarla de Federico tras cambiarla por 80 000 florines. Cada vez se agravó más la situación diplomática entre Federico y Matías, lo que condujo eventualmente a varios enfrentamientos armados entre los dos Estados. La guerra contra Hungría culminó en un total fracaso, pues en 1485 Federico y su familia se vieron forzados a abandonar Viena, ya que el rey húngaro avanzó con su Ejército Negro de mercenarios y tomó la ciudad austríaca. Solo la repentina muerte del monarca húngaro en 1490 fue lo que consiguió poner fin a la ocupación húngara en el ducado de Austria, permitiendo que Federico III recuperase el trono de inmediato. Las causas del curso que tomó este serio conflicto se pueden perfectamente hallar dentro de la política interna del Sacro Imperio Romano Germánico. Cuando Federico III necesitó a los duques para financiar la guerra contra Hungría en 1486 y a la vez para que su hijo, el futuro Maximiliano I, fuera elegido rey, se encontró con la demanda unánime de los duques de participar en una Corte imperial. Por primera vez, la asamblea de electores y otros duques tomaba el nombre de Dieta o Reichstag (a la que más tarde se añadirían las ciudades imperiales). Mientras que Federico siempre rechazó su convocatoria, su hijo, más conciliador, convocó finalmente la Dieta en Worms en 1495, tras la muerte de su padre en 1493. 

El rey y los duques acordaron diversas leyes, comúnmente conocidas como la Reforma imperial: un conjunto de actas legislativas para dar de nuevo una estructura a un imperio en desintegración. Entre otros, estas actas establecieron los Estados de la Circunscripción Imperial y el Reichskammergericht (Tribunal de la Cámara imperial); estructuras ambas que —en distinto grado— persistirían hasta el final del imperio en 1806. De todas formas, se necesitaron algunas décadas más hasta que la nueva reglamentación fuese universalmente aceptada y la nueva Corte empezase a funcionar. Hasta 1512 no se acabaron de formar las Circunscripciones imperiales. El rey además se aseguró de que su propia corte, el Reichshofrat, continuase funcionando en paralelo al Reichskammergericht.

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