Habsburgo
Mapa del ducado de Suabia en los siglos X y XI (Suabia está marcada en amarillo; el reino de la Alta Borgoña en verde)
El proceso que condujo a los Habsburgo desde ser dueños de un pequeño condado en el corazón de Europa hasta convertirse en los timoneles del gran imperio de su tiempo es una historia completamente desconocida en nuestro país. Su aventura, no en vano, es la de la ambición desmedida y la de una estrategia clara: «Hagan otros la guerra; tú feliz Austria, cásate; porque los reinos de Marte da a los otros, a ti te los concede Venus» (la traducción de unos versos latinos del siglo XVI sobre la estrategia matrimonial de los Habsburgo). Lo que sirvió de carta blanca para una práctica, la endogamia, empleada por todas las casas europeas, pero llevada al extremo en el siglo XVI por parte de los Habsburgo, llamados Austrias en España.
La génesis de su poder, que les situó como la dinastía titular de una veintena de reinos, se remonta al antiguo ducado de Suabia, una región germanófona de lo que hoy es Suiza. Así lo recordaba Francisco José, el último Emperador del Imperio Austrohúngaro, quien conservaba en el recinto imperial del Palacio de Schönbrunn (Viena) un cuadro bucólico de las ruinas del castillo Habichtsburg, pintado por el artista Joseph Rosa.
En el siglo X, un noble llamado Radbot, perteneciente a una familia de la nobleza germánica desde tiempos de los Carolingios en el siglo VIII, obtuvo un feudo en el cantón suizo de Argovia, y construyó este pequeño castillo conocido como el «Castillo del Azor» (Halcón), que en alemán era llamado Habichtsbur, probablemente por que albergaba un importante foco de cetrería. El nombre de los Habsburgo, los halcones, deriva de este enclave.
Los Condes de Habsburgo dependían originalmente del Duque de Suabia, que a su vez rendía tributo al Sacro Imperio Romano Germánico. El carácter electo de los emperadores, una dignidad que hasta la llegada de los Habsburgo no se estableció como hereditaria, hizo que se sucedieran durante toda la Edad Media distintas dinastías en la lucha por el trono imperial: la de Sajonia, la de Suabia y posteriormente los Hohenstaufen. En paralelo a estos enfrentamientos, los Habsburgo prefirieron ocupar un segundo plano en pos de engrandecer su patrimonio a través de una inteligente política de alianzas matrimoniales, sin necesidad de inmiscuirse en las luchas imperiales. Así, a finales del siglo XII, los Condes de Habsburgo gobernaban toda la parte de Suiza de lengua alemana y a mediados del siglo XIII poseían también algunas regiones de Austria.
Hacia 1273, los nobles germanos entregaron la corona imperial a un Habsburgo. Tras el conflicto desencadenado con la muerte de Federico II Hohenstaufen, la nobleza resolvió la disputa eligiendo a un Emperador que consideraba débil y sin mucho poder, de modo que pudiera ser manipulado a su antojo. El Conde de Habsburgo, Rodolfo I, también emparentado con los Hohenstaufen, solo pudo ser nombrado «Rey de los Romanos», dado que nunca llegó a ser coronado por el Papa, pero pronto demostró que no era un hombre fácil de manejar. De hecho, Rodolfo I inició una amplia renovación de las estructuras imperiales y para ello usó como base su patrimonio condal que vivió un importante crecimiento en aquellos años.
Cuando el Rey Otokar de Bohemia (hoy República Checa) se opuso a su elección, que también formaba parte del Imperio con su población combinada de germanos y eslavos, Rodolfo le despojó de algunos de sus dominios (Austria y parte de Hungría) para añadirlos a su patrimonio familiar. Si bien no logró que el título imperial fuera hereditario, el Conde de Habsburgo dejó a su familia bien posicionada, sobre todo gracias al título de Archiduque de Austria, para optar a la corona en el futuro.
La expansión internacional
No fue hasta el siglo XV cuando los Habsburgo regresaron al trono imperial, primero por un breve periodo de tiempo a través de la figura de Alberto II (1437-39). Su sucesor, Federico III de Habsburgo, logró incluso coronarse Emperador en Roma e inagurar casi interminable de éxitos familiares: la corona romano-germánica quedó, con excepción del breve reinado de Carlos VII (1742-45), en potestad de esta familia o de su rama Habsburgo-Lorena, hasta la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico en 1806.
Cuestión aparte es que el título imperial le diera poder efectivo a la familia. Maximiliano I de Habsburgo, hijo de Federico III, comprobó durante su reinado que ser cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico era únicamente algo nominal. La necesidad de negociar tropas y fondos con cada príncipe alemán ataba de pies y manos a Maximiliano, al que Nicolás Maquiavelo definió como «un príncipe ligero, inconstante, sin dinero y casi sin consideración». Sus verdaderos recursos emanaban directamente del patrimonio familiar de los Habsburgo, así como del ventajoso matrimonio que negoció para él su padre con la heredera más rica de su tiempo, María de Borgoña, hija de Carlos «El Temerario».
La alianza de estas dos familias aportó a los Habsburgo Borgoña y los Países Bajos, aunque María luchó toda su vida porque Maximiliano no interfiriera en los asuntos de su casa. De este turbulento matrimonio, nacieron Felipe «el Hermoso» y Margarita de Austria, así como una férrea rivalidad con Francia, que nunca renunció a su influencia sobre estos territorios francófilos vecinos.
Y es en este punto donde Maximiliano I desarrolló la política matrimonial que iba a condenar a la dinastía a la endogamia. Con el objeto de aislar a Francia, los Reyes Católicos de España –pertenecientes a la dinastía Trastámara y primos entre sí– casaron a dos de sus hijos, Juan y Juana, con dos vástagos de Maximiliano. No en vano, la prematura muerte del infante Juan de Trastámara, el único hijo varón de los Reyes Católicos, terminó precipitando el desplazamiento de la casa reinante en España por los Habsburgo.
La endogamia consume a los Habsburgo españoles
La muerte de Isabel «la Católica» en 1504 y la antipatía de una parte de la nobleza castellana hacia Fernando «el Católico» alzó en el trono del reino español al hijo de Maximiliano I de Habsburgo, Felipe «el Hermoso», casado con Juana «La Loca», que en el momento de la alianza era la tercera en la línea de sucesión al trono, pero que se benefició de la muerte de sus hermanos mayores.
El hijo mayor del matrimonio, Carlos, heredó las coronas de Castilla y de Aragón a consecuencia de la prematura muerte de su padre, el fallecimiento sin herederos varones de Fernando «El Católico» y la incapacidad para reinar de su madre, cuyo mote de «loca» no era un simple adorno.
En 1519, este mismo joven obtuvo por elección la Corona imperial con el nombre de Carlos V tras la muerte de Maximiliano.
Carlos V reinó en un imperio donde literalmente no se ponía el sol. Hasta el punto de que a su muerte tuvo que dividir sus posesiones entre Felipe II, que se quedó con la herencia hispánica, los Países Bajos, Milán, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y el Franco condado, mientras su hermano Fernando, Archiduque de Austria, heredó la Corona imperial. Felipe II añadiría a este imperio la corona de Portugal en 1580; y, a su vez, su tío Fernando añadió al patrimonio Habsburgo los reinos de Bohemia y Hungría por medio de su esposa Ana.
En conjunto, eran una familia imparable.
La muerte sin dejar heredero de Carlos II y su decisión de entregar la corona al futuro Felipe V, el primer Borbón, marcaron el final de la dinastía de los Habsburgo como Reyes de España.
Felipe II, Felipe III y Felipe IV siguieron con normalidad la rama española y procuraron mantener los vínculos con la rama vienesa a través de matrimonios entre primos e incluso entre tíos y sobrinos, en una estrategia que también involucró a los Avis de Portugal. Con una cifra de 0,254 en su coeficiente de consanguinidad, Carlos II «El Hechizado» fue el grotesco resultado de varias generaciones de escarceos con la endogamia. El Rey no pudo dar un heredero al reino y se mostró incapaz de gobernar.
«Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia», con estas palabras describía el embajador del Papa en Madrid a Carlos II «el Hechizado» a los 20 años, una muestra de lo fácil que podía resultar para sus más cercanos manipular al Monarca. Su muerte sin dejar heredero y su decisión de entregar la corona al futuro Felipe V, el primer Borbón, marcaron el final de la dinastía de los Habsburgo como Reyes de España.
No obstante, las distintas ramas Habsburgo estaban para entonces encerradas en sus propios problemas. La línea española se volcó en su política imperial a ambos lados del charco; la línea austriaca, en contraposición, se enredó en su lucha contra los turcos, las Reformas y las guerras internas. Las desavenencias en Viena, que el escritor Franz Grillparzer hizo famosa en su obra «Libussa y Bruderzwist in Habsburg» (Discordia entre hermanos en Habsburgo), desembocaron en 1564 en hasta tres divisiones: la austriaca, que detentó hasta su extinción en 1619 la Corona imperial; la estirita y la tirolesa. Sobre la rama estirita recayó el cetro imperial y toda la herencia familiar cuando las otras se extinguieron.
Tras la Guerra de los 30 años, Leopoldo I y Carlos VI volvieron a encauzar la Casa de los Austrias en una línea imperial y, una vez derrotados los turcos en 1683, Viena vivió todo el esplendor barroco. En 1740, los Habsburgo volvieron a estar involucrados en una guerra de sucesión, la que se desencadenó en Austria a la muerte del Emperador Carlos VI, el mismo que fue pretendiente de la Corona española en oposición a Felipe V. Sin dejar un heredero varón vivo, la muerte del Emperador precipitó un conflicto internacional que colocó en el trono a la heredera del último Habsburgo austríaco, María Teresa, y a Francisco Esteban, Duque de Lorena, ambos bisnietos del Emperador Habsburgo Fernando III. Los descendientes de éste continuaron la tradición de los Habsburgo de Viena bajo el nombre dinástico Habsburgo-Lorena.