el Hijo del Cielo




Durante el verano de 1216, Genghis Khan regresó hacia su ordu, en el Onón, cargado con los tesoros chinos de Pekín y un enorme bagaje. El líder nómada había vencido: a falta de conquistar el sur del enorme país, China estaba bajo el control de los jinetes mongoles. Cualquier otro líder de la estepa se hubiera contentado con aquella victoria y hubiera disfrutado de los tesoros obtenidos el resto de su vida, pero el Hijo del Cielo no era cualquiera. Tras la campaña china, los mongoles pusieron la vista en el oeste, allá donde las tierras estaban dominadas por los musulmanes. La primera parada fue el Kanato de Kara-Kitai, un imperio grande y densamente poblado que, a pesar de su gran espíritu militar, esperaba el líder mongol vencer con solo 20.000 hombres. Esperaba compensar su inferioridad numérica con los rumores de que el pueblo estaba deseando derrocar a su actual Emperador, un príncipe de los naimanos que había dado un rápido golpe de mano y gobernaba con rudeza y gran crueldad contra los mahometanos, población mayoritaria aquí. Con gran inteligencia, el general mongol Dschebe anunció a los cuatro vientos que abriría todas las mezquitas a su paso y que su guerra no era contra los pacíficos ciudadanos, sino contra el usurpador naimano. Como explica Michael Prawdin en su clásico libro «Gengis Kan y sus sucesores: Apogeo y decadencia del Imperio mongol», la invasión se convirtió así en una revolución interna contra el emperador, que ni siquiera logró levantar un ejército para forzar una batalla decisiva. Las puertas de las ciudades cedieron al paso mongol y, en cuestión de meses, hasta la cabeza del príncipe de los naimanos cayó rodando a los pies de Dschebe. El encuentro del este y el oeste La fulgurante caída de Kara-Kitai hizo temblar a toda Asia anterior, que hasta entonces solo sabían de aquel caudillo mongol por lo dicho por los comerciantes musulmanes. La guerra era inevitable, ahora que las fronteras mongolas colindaban con los imperios mahometanos, dueños y señores de Oriente Medio en la Edad Media. El hombre más poderoso entonces del mundo islámico, el sha de Choresm, Alá-ed-Din Mohamed, extendía su poder desde el mar Caspio hasta la región de Buchara, y desde el lago Ural hasta la alta meseta persa. El apodado «segundo Alejandro» o «la sombra de Alá sobre la tierra» se preparaba para destronar al califa de Bagdad, cuyo poder era más simbólico que real, cuando le fue notificado que Gengis Khan avanzaba insaciable hacia el oeste. Al estilo sátrapa, uno de sus consejeros restó importancia a aquella amenaza regando de elogios los oídos de Mohamed: -«El esplendor del ejército de Gengis Khan es, comparado con el fulgor del sultán del mundo, como el brillo de una lámpara comparado con la luz del sol que ilumina la tierra. Además, el número de tus guerreros es superior al suyo». Camino de Bagdad, Mohamed retrocedió sobre sus pasos al saber que el Emperador de Kara-Kitai había perdido la cabeza y los mongoles ya eran sus nuevos vecinos. Apenas regresó a Samarcanda, le informaron de que en una fortaleza fronteriza habían apresado a espías mongoles. El sha ordenó que los ejecutaran y se apoderaran de los tesoros que llevaban consigo. Cuando Genghis Khan pidió explicaciones a través de una embajada, Mohamed selló la suerte de su imperio al matar al representante mongol y quemar las barbas al resto. Todos los mongoles de 17 a 70 años se prepararon para el combate, mientras Genghis lloraba por aquella ofensa. Cinco años de experiencia en China convertían esta fuerza militar en la mejor preparada del mundo, pese a lo cual el reto para los mongoles era cómo alimentar tantas bocas en un país en su mayoría desértico 

Genghis Khan había tardado muchos años en unificar las tribus nómadas y ahora no estaba dispuesto a esperar más provocaciones para emprender su siguiente campaña. Sus hombres eran completamente distintos a los habitantes de las ciudades, tampoco ellos se hartaban de la guerra o anhelaban asentarse en un lugar fijo. Todos los esfuerzos que en otro tiempo se desperdiciaban en querellas locales los consiguió canalizar Genghis Khan para esta carrera por conquistar el mundo conocido. Esta es la razón por la cual a la campaña de Kara-Kitai le siguió casi de inmediato la de Choresm

Los mongoles estaban en un constante estado de guerra. Genghis Khan levantó en el otoño de 1218 un ejército de 250.000 hombres, entre los que se contaban jinetes de Kiptschak, guerreros ujguros, un cuerpo de artillería chino y regimientos de chitanos y de karachitanos. Cinco años de experiencia en China, convertían esta fuerza militar en la mejor preparada del mundo, pese a lo cual el reto para los mongoles era cómo alimentar tantas bocas en un país en su mayoría desértico. El descubrimiento de un paso al oeste de Kara-Kitai sirvió la oportunidad de atacar por sorpresa desde el norte y, además, acometer la invasión principal desde el este en una serie de etapas asumibles. 

No obstante, aquel ataque desde el norte debía hacerse por pasos de montaña kilométricos que harían palidecer el paso de los Alpes por Aníbal. Cerca de 30.000 hombres al mando de Dschebe y de Dschutschi, uno de los hijos de Genghis Khan, penetraron entre el Pamir y el Tien-Schan a través de una espesa capa de nieve y un frío que reventaba las venas a las monturas. Aunque lograron llegar al otro lado, los supervivientes poco podían hacer frente al numeroso ejército reunido por Mohamed, unos 400.000 soldados. 

La vanguardia mongola fue derrotada por Mohamed, haciendo inútil la hazaña, salvo porque la verdadera intención de esta fuerza era distraer la atención del verdadero ataque. Con 50.000 hombres, el propio Genghis Khan atravesó con inesperada velocidad el desierto de arena de Kisil-Kum, de unos 600 kilómetros, y trasladó a Mohamed la impresión de que ya no había frontera que defender. Los ejércitos combinados del Khan cerraron de golpe todas las puertas de entrada y de salida a Choresm. Desconcertado, Mohamed no tuvo otra idea que encerrar sus ejércitos en sus principales plazas, Samarcanda y Buchara. Pero a esta segunda, capital cultural y ciudad de academias y escritores, llegó muy tarde. La ciudad no estaba preparada para un largo asedio y no tenía víveres suficientes, a pesar de sus altos muros, por lo que su guarnición, en su mayoría turca y persa, prefirió salir a escondidas en mitad de la noche sin presentar batalla. Los viejos de la ciudad abrieron las puertas sin ofrecer resistencia poco después. Los mongoles, sin embargo, prefirieron tirar las puertas y emplear las arcas del Corán como pesebre para sus caballos. «Vinieron, incendiaron, asesinaron y se fueron» Los nómadas eran adeptos al culto de los chamanes, para quienes todas las religiones venían a ser lo mismo. De ahí que en el séquito de Genghis Khan hubiera desde sacerdotes lamas, budistas, maniqueos a nestorianos… 

En su avance por Asia, el Hijo del Cielo no trató de imponer ninguna religión y, sabiendo del poder del fanatismo religioso, supo aprovecharse de las tensiones entre las minorías de cada ciudad. Con su profanación en Buchara, pretendió aclarar que él estaba por encima de Alá, porque él era la mismísima cólera de Dios. Genghis Khan arrasó la ciudad como si de verdad se tratara de una plaga divina. Un comerciante que logró huir de una Buchara en llamas, relató el horror con una sencillez heladora: «Vinieron, incendiaron, asesinaron, saquearon y se fueron». A continuación los mongoles se dirigieron a Samarcanda, ciudad de medio millón de habitantes y residencia del sha. Frente a 100.000 defensores, el Khan recordó de golpe las dificultades que había tenido para asediar Pekín. Aquello podía alargarse durante meses... Afortunadamente para sus intereses, el sha Mohamed, escondido en el interior de la ciudad, abandonó Samarcanda en una decisión poco meditada. 

El Khan destinó a 30.000 hombres a la persecución del Monarca a través de los miles de kilómetros que formaban su imperio. El Hijo del Cielo sabía que lo importante no eran las ciudades, sino cortar la cabeza a quien reinaba en un territorio recién unificado y con una enorme diversidad. Sabía, en definitiva, que la victoria más sencilla pasaba por separar al Monarca de su pueblo. Mientras los mongoles conquistaban una a una las fortalezas enemigas, los mongoles persiguieron a Mohamed hasta los confines de su imperio, cruzando territorio Afgano, cuyos moradores eran poco de fiar, hasta que le perdieron de vista en la costa del mar Caspio. Los nómadas vieron alejarse un barco con el sha, quien poco después murió sumido en la pobreza en una de las diminutas islas deshabitadas de este mar. Samarcanda cayó tras solo tres días de asedio. Con medio imperio bajo su poder, Genghis convocó a los sabios islámicos y a los sheiks para instruirse en la ley del profeta. Su opinión al respecto de una religión que abogaba por la conversión forzosa de otros creyentes no pudo ser más negativa: «Podéis amar cuánto queráis, pero os prohibo matar mientras yo no os lo ordene. En mi reino, cada cual puede adorar al dios que prefiera; tan solo está obligado a observar las leyes dictadas por mí». Además de considerar absurda la separación de animales puros de los impuros, el mongol se mostraba crítico con «el peregrinaje a La Meca, porque es una tontería. Dios está en todas partes y, por lo tanto, es inútil viajar hacia un lugar determinado para postrarse ante él» «El peregrinaje a La Meca es una tontería. Dios está en todas partes y, por lo tanto, es inútil viajar hacia un lugar determinado para postrarse ante él» Narra Michael Prawdin en el mencionado libro que el resultado inmediato de aquellas críticas al Islam es que los chiíes expulsaron a los mulás que los suníes habían impuestos, los persas encendieron en sus templos el fuego sagrado, los judíos abrieron las sinagogas y los cristianos nestorianos erigieron de nuevo la cruz en sus iglesias. La tolerancia con las minorías se había logrado a golpe de conquista y brutalidad. La guerra de exterminio contra la guerra santa El último episodio de la conquista del reino del sha fue su propio lugar de origen, Choresm, que había perdido su papel de estado subyugador pero seguía siendo un foco de resistencia contra los mongoles. Dschelal-up-Din, el hijo más enérgico del fallecido Mohamed, se alzó como el líder de este último refugio y ganó fama al vencer a los mongoles en un encuentro de poca importancia. Para esta campaña, Genghis Khan envió a tres de sus hijos, quienes, a pesar de varias desavenencias, fueron tomando una a una las fortalezas enemigas. En Termeds, los mongoles exhibieron todo el poder de su artillería china y volaron sus bloques de piedra en miles de trozos. La superioridad tecnológica también estaba de parte de los nómadas. Así y todo, la lentitud de la conquista de Choresm desencadenó diversas rebeliones por el territorio conquistado por los mongoles, que creyeron ver en Dschelal-up-Din al hombre capaz de expulsar a los nómadas. Los emires, chanes e imanes de cada ciudad alentaron una guerra santa contra Genghis Khan, al que acusaban de ser el peor enemigo del Islam. Con solo 100.000 hombres, los mongoles trataron de sostener la rebelión y frenar las matanzas que los musulmanes estaban llevando a cabo entre las minorías religiosas y todos los que habían apoyado a los invasores. Claro que los jinetes del Khan hicieron poco para distinguir a amigos de enemigos cuando fueron recuperando estas plazas. O mejor dicho: recuperando ruinas. De ciudades que contaban con más de un millón de personas no quedó «perro ni gato con vida», pues únicamente artistas, artesanos y mujeres jóvenes se salvaban de la muerte a cambio de una vida de esclavitud. Los mongoles respondieron a la guerra santa con una auténtica guerra de exterminio. 

Genghis Khan observa con asombro cómo el hijo del sha se prepara para vadear el Indo. 

Mientras tanto, Dschelal-up-Din se hizo fuerte en las montañas de Afganistán e incluso derrotó a un ejército mongol de 30.000 hombres. No obstante, antes de que se pudiera conocer aquella derrota, con la consiguiente oleada de nuevos levantamientos, Genghis Khan se puso en marcha con sus mejores hombres para penetrar en la montaña. Según la versión más novelada, el joven hijo de Mohamed se entretuvo celebrando sus victorias, martirizando a sus prisioneros y peleándose con nobles hostiles, sin darse cuenta de que el Hijo del Cielo estaba a punto de caer sobre él. 

En las riberas del Indo, ambos ejércitos se encontraron. La tradición musulmana asegura que, a pesar de su aplastante derrota, Dschelal-up-Din se comportó de forma heróica. Al frente de 700 hombres de su guardia personal, perforó las líneas enemigas y se arrojó desde una altura de 20 metros al río. No murió a consecuencia de la caída, ni cuando los mongoles le persiguieron por Peshawar, Lahore y Multan. Solo en Delhi encontró asilo, casándose con una hija de un príncipe indio, y organizando años después varias incursiones contra el para entonces rocoso imperio mongol. La batalla del Indo (1221) selló la derrota del mundo islámico y supuso, de hecho, el fin del reino de Choresm. Los principados que estaban bajo su ala también cayeron en manos mongolas, mientras se abría la tentación de conquistar la India, un país que había cobijado a la dinastía de Mohamed y pronto iba a saborear la ira del Khan.

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