1192: La paz entre Saladino y Ricardo Corazón de León



Desde que el Papa Urbano II promovió la Primera Cruzada en 1095, fueron miles los soldados que partieron hacia Tierra Santa para proteger los denominados Santos Lugares: zonas de peregrinación que estaban situadas en torno a Jerusalén -una ciudad sagrada tanto para cristianos como para musulmanes- y Palestina. Aquella campaña fue exitosa, pues terminó con la conquista de dicha urbe. Años después, y tras el desastre que significó la Segunda Cruzada para los enemigos del Islam (pues el ejército de la cruz se terminó disolviendo sin haber logrado cumplir objetivos que en principio se habían considerado básicos como la toma de Damasco), los problemas se multiplicaron en 1187 cuando el sultán Saladino conquistó a los seguidores de Jesucristo la ciudad de Jerusalén. Este gran revés llevó a tres reyes (Enrique II de Inglaterra, Felipe II de Francia y al anciano Federico I Barbarroja) a llamar a las armas a sus ciudadanos para retomar la región y expulsar de allí al invasor musulmán. Aunque el plan inicial se modificó sensiblemente en 1189 tras la muerte del monarca britano (lo que provocó el ascenso al mando de sus ejércitos de Ricardo Corazón de León), aquel fue el comienzo oficial de la Tercera Cruzada. Una campaña, por cierto, que también buscaba recuperar la «Vera Cruz» (los restos de la cruz en la que había muerto Jesucristo), después de que hubiese caído en manos «infieles» tras la batalla de los Cuernos de Hattin. La que fue denominada la «Cruzada de los Reyes» fue, desde sus inicios, una campaña maldita para los cristianos. Así lo pudieron atestiguar los soldados de Barbarroja (quienes tuvieron que ver como -en los primeros meses de campaña- su general y emperador moría ahogado mientras se daba un baño) o la famosa orden de los Templarios (que perdió cientos de miembros combatiendo contra el enemigo). «En septiembre de 1192 se firmaba el tratado de Jaffa. Jerusalén quedaba en manos de Saladino, con garantía de libre acceso para los cristianos al Santo Sepulcro Con todo, tampoco fue mejor para Saladino, el líder absoluto de las diferentes tribus musulmanas. Y es que, sus soldados murieron a cientos en batallas como la de Konya. Esta tensa situación se recrudeció, más si cabe, con la llegada de Ricardo Corazón de León a Tierra Santa en junio de 1191. Lejos de calmar los ánimos, el monarca arribó deseoso de demostrar a los «infieles» que no había fisuras en su moral cristiana. Esa determinación religiosa le llevó, por ejemplo, a aniquilar a casi 3.000 prisioneros sarracenos capturados en batalla después de algunas diferencias con Saladino. Así se dio pie a un conflicto todavía mayor entre ambos líderes. Un enfrentamiento que provocó multitud de batallas en las siguientes semanas y que -al igual que sucedía con la disputa milenaria entre cristianos y musulmanes- no parecía estar destinado a solventarse. Por el contrario, lo único que se avistaba por entonces en el horizonte era un futuro fabricado con espadas y sangre. Eso parecía en principio. Sin embargo, las continuas muertes, las enfermedades, los escasos avances en materia militar de ambos bandos y (en definitiva) el hartazgo de Ricardo y Saladino, provocaron que ambos iniciaran una serie de conversaciones para lograr la paz. Y es que, el inglés andaba ansioso de regresar a su amada isla y, por su parte, el musulmán buscaba vivir lo que le quedaba de vida (era ya un anciano) lejos de la contienda. Así pues, tras el verano comenzó un proceso para detener las matanzas con una carta enviada por el inglés al musulmán. Una misiva en la que, para llegar a un acuerdo, le exigía abandonar Jerusalén, devolver a la cristiandad la «Vera Cruz» y renunciar a los países «allende al Jordán». De esta forma, al menos, lo explica el historiador italiano del XIX Cesare Cantú en su obra «Historia universal». Aunque sus exigencias fueron inicialmente rechazadas (lo cierto es que eran bastante abusivas para la época), aquella carta fue el principio del fin de la Tercera Cruzada. Tras varios tratados fallidos, y un año después (en septiembre de 1192) se firmó un pacto que terminó con las hostilidades y propició que el monarca inglés regresase a su país. «En septiembre de 1192 se firmaba el tratado de Jaffa. Jerusalén quedaba en manos de Saladino, con garantía de libre acceso para los cristianos al Santo Sepulcro. Los cristianos obtenían su porción de Palestina con capitaldiad en Acre; era la primera división formal del territorio palestino», determina el divulgador histórico Gonzalo Terreros.

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