Nápoles medieval



Entre los siglos VIII y X, la historia de la región estuvo marcada por la lucha entre lombardos y bizantinos. En los siglos X y XI, el desmoronamiento del orden feudal arrastró consigo las antiguas divisiones políticas de Campania: el ducado lombardo de Benevento fue escindido en tres principados independientes, mientras que los ducados bizantinos, prácticamente independientes de la tutela imperial, se mantenían en Gaeta, Nápoles, Sorrento y Amalfi. En esta situación los normandos probaron suerte. Llegaron al sur de Italia en el siglo X, y gradualmente extendieron su dominación gracias al apoyo de la Iglesia. Tras la conquista del principado de Salerno y posteriormente de Amalfi, Capua y Nápoles en 1139 por Roger II, el sur de Italia se convirtió en un solo estado gobernado por los normandos, con Palermo como capital. Para conseguir el apoyo de la Iglesia, los normandos rindieron homenaje al papa Nicolás II (1059) y se comprometieron al pago de un censo a la Santa Sede. La dinastía normanda se extinguió en 1189 a la muerte de Guillermo II, sin heredero. Entonces Enrique VI del Sacro Imperio Romano Germánico reivindicó el reino de Sicilia y se apoderó del trono en 1194. Se instaló así la dinastía suaba de los Hohenstaufen, cuyo representante más destacado fue Federico II, quien impulsó la vida cultural, económica y administrativa del reino.

En 1263 Carlos I de Anjou tomó posesión del reino de Sicilia, eliminó a los últimos representantes de los Hohenstaufen, e inauguró la hegemonía angevina en el sur de Italia. Nápoles se convirtió durante seis siglos en la capital de un reino independiente.

En 1282, Nápoles continuó bajo control angevino, pero la isla de Sicilia pasó a control del rey Pedro III de Aragón. Tras numerosas revueltas feudales y revoluciones palaciegas, el periodo angevino concluyó en Nápoles en 1442 (época en que sin embargo se constituyó la identidad política napolitana), al ser tomada por el rey Alfonso V de Aragón.

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