Alfonso V, «el Magnánimo»




Alfonso V, «el Magnánimo» (Medina del Campo, 1394 - Nápoles, 1458). Rey de Aragón. Hijo de Fernando I y de su esposa Leonor de Alburquerque  En 1415 contrajo matrimonio con María de Castilla hija de Enrique III y de Catalina de Láncaster, de la que no tuvo hijos. Heredó la corona de Aragón a la muerte de su padre, el 2 de abril de 1416. La dinastía Trastamara, establecida en Aragón en 1412 por decisión de los compromisarios de Caspe , era castellana. Alfonso V se rodeó de castellanos, lo que sentó mal en los reinos de la Corona, que pidieron al monarca ser consultados antes de proveer los oficiales para la real casa, pero su petición no fue atendida. Nombró baile general de Aragón al castellano Álvaro de Garavito, nombramiento que causó fuertes conmociones. No contento con esto, obligó a dimitir al Justicia de Aragón Juan Ximénez Cerdán para designar en su puesto a su incondicional colaborador Berenguer de Bardaxí  lo que originó disturbios que llevaron a Bardaxí a renunciar al cargo. Posteriormente, en 1439, destituiría a otro Justicia de Aragón, Martín Díez de Aux  por motivos poco claros. Alfonso V residió poco tiempo en sus estados aragoneses; de los 42 años de su reinado, pasó en Italia, siendo sustituido en sus largas ausencias por lugartenientes, que fueron su esposa la reina doña María y su hermano Juan de Navarra, el futuro Juan II, asesorados por los oportunos Consejos. El interés por sus Estados peninsulares quedó en segundo plano a poco de acceder al trono, para dedicarse íntegramente a las cuestiones mediterráneas, herencia de su padre Fernando de Antequera. 

En 1420 marchó a Italia con el propósito de asegurar su soberanía sobre las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Poco después se vio implicado en los asuntos de Nápoles; Juana II le ofreció la sucesión de su reino a cambio de ayuda contra sus enemigos, oferta que aceptó el aragonés porque se le ofrecía la ocasión de continuar la expansión mediterránea. Pero la ligera reina cambió varias veces de parecer y finalmente nombró sucesor a Luis III de Anjou, conde de Provenza, y a la muerte de éste en 1434, a su hermano Renato. Alfonso V no celebró Cortes para los aragoneses hasta siete años después de su llegada al trono. Cuando por fin, en 1423, se celebraron en Maella las presidió la lugarteniente doña María, en medio de las protestas de los cuatro brazos  por esta delegación. La reina recabó de Aragón la ayuda necesaria para hacer volver al rey, que «se partio daquesti regno tres annos e quatro meses ha passados» y que no podía regresar por carecer de dinero para pagar a la guarnición que tenía que dejar en Nápoles. Las Cortes concedieron 10.000 florines a tal efecto, insistiendo en la necesidad acuciante del regreso del monarca. Más que el deseo de satisfacer a sus súbditos, fueron las circunstancias bélicas las que obligaron a Alfonso a volver a la península, en 1423, en busca de refuerzos, pero la situación de sus reinos le forzó a quedarse en ella hasta 1432, año en que tornaría a Italia decidido a apoderarse del trono napolitano y donde permanecería hasta el fin de sus días. Aragón, por ser tierra fronteriza, se vio doblemente implicado en las luchas con Castilla que se sucedieron a lo largo de este reinado. La endémica perturbación de la frontera acarreó considerables daños, puesto que bandoleros y gentes de armas asolaron de forma continua las comarcas de la vega del Jalón, de Tarazona y de Daroca, por donde en alguna ocasión penetraron casi hasta Zaragoza. Los infantes de Aragón, hermanos del rey, intentando poner cerco al trono castellano, entraron en pugna con don Álvaro de Luna, valido de Juan II de Castilla. Don Álvaro aprovechó la polarización de los infantes en dos facciones, una en torno a Juan, duque de Peñafiel (que sería con el tiempo rey de Navarra y luego de Aragón), y la otra encabezada por Enrique, maestre de Santiago, con lo que consiguió finalmente desmontar la hegemonía de los aragoneses en Castilla. El previsible conflicto con el reino vecino indujo a Alfonso V a convocar Cortes en Teruel a poco de su vuelta a la península (1427-28). Éstas fueron las primeras Cortes aragonesas presididas por el soberano en persona, de las que obtuvo un servicio de 120.000 florines para posibles gastos bélicos. Cuando en 1429 penetró en Castilla en apoyo de sus hermanos, volvió a celebrar Cortes, en Valderrobres, pidiendo ayuda para la defensa del reino; los aragoneses, que nunca vieron con buenos ojos el conflicto con sus vecinos, otorgaron no obstante a su rey un auxilio en forma de tropas. Esta ayuda fue insuficiente y, falto de recursos para sostener una guerra, el monarca aceptó de buen grado la mediación de la reina María de Aragón, que impuso a los dos bandos una tregua por cinco años (1430), pacto en el que se prohibía a los infantes regresar a Castilla pero que permitía a Alfonso volver la atención a Italia. 

Al embarcar en 1432 le acompañaban los tres infantes, don Juan, don Enrique y don Pedro, dispuestos a influir en su ánimo para que regresara cuanto antes a la península, donde la influencia aragonesa se estaba esfumando rápidamente. Pero las circunstancias de la política italiana no lo permitieron: en 1435 moría la reina Juana de Nápoles; Alfonso puso sitio a Gaeta, fue derrotado y hecho prisionero, junto con sus hermanos, en la batalla de Ponza. La prisión del soberano causó gran alarma en los reinos peninsulares; la lugarteniente, para paliar la situación, renovó las treguas con Castilla (1435) y seguidamente convocó Cortes generales en Monzón de las que obtuvo una subvención extraordinaria para satisfacer el rescate y en las que se trató de la defensa de Sicilia y Cerdeña, en peligro por la prisión del monarca. Entre tanto el infante don Juan, que había sido puesto en libertad para que procurase el dinero del rescate, llegó a la península provisto de la lugartenencia general, desplazando, en parte, de ella a doña María. Juan de Navarra se apresuró a negociar la paz con Castilla (Toledo, 22 de septiembre de 1436), paz que reconocía la victoria de don Álvaro pero que fue muy bien acogida en Aragón, y presidió las Cortes prorrogadas para los aragoneses en Alcañiz, en sustitución de doña María. En esta reunión de Cortes se puso de manifiesto el gran interés que tenían los aragoneses en el regreso de su rey, votándose un socorro de 220.000 florines, de los que 50.000 se destinaban a la deseada vuelta. Una vez recobrada la libertad (1436), Alfonso V continuó la conquista de Nápoles, que coronaría con éxito en 1442, haciendo su entrada en la capital del nuevo reino con una pompa que imitaba los triunfos de la antigua Roma. 

La inestabilidad del reino, amenazado por gentes de armas francesas, llevó a Juan de Navarra a reunir, en 1439, Cortes en Zaragoza. Aragón reclamaba insistentemente el regreso del rey, pero éste lo aplazaba considerando la amenaza ultrapirenaica como una maniobra del duque de Anjou para hacerle desistir de la conquista de Nápoles. El lugarteniente pidió armas y dinero, mas las Cortes se disolvieron a los dos meses sin ningún acuerdo. Sería interesante saber la contribución de Aragón a la política italiana de Alfonso V. Conocemos los nombres de muchos aragoneses destacados que acompañaron al rey en la proyección mediterránea de la Corona, pero faltan estudios parciales que permitan valorar debidamente esta participación. Indudablemente Aragón sentía la ausencia de su cabeza rectora, como lo demuestran los continuos requerimientos para que regresara y los servicios pecuniarios ofrecidos con tal motivo. Las Cortes de Alcañiz-Zaragoza de 1441-42 volvieron a otorgar al rey un préstamo de 55.000 libras como contrapartida a unas vagas promesas de regreso, si bien haciendo constar el descontento que producía el desinterés del rey en la defensa de sus territorios patrimoniales y el esfuerzo que suponía al reino la continua sangría de dinero en la apurada situación económica en que se encontraba. La reanudación de la larga contienda con Castilla impuso una nueva convocatoria de Cortes. El «Parlamento largo» de Zaragoza comenzó en 1446 y se prolongó hasta 1450, pero las ayudas destinadas a proveer las tropas necesarias para la defensa del territorio se concedieron con enorme lentitud, en medio de una gran división de opiniones. 

Una vez más se planteó el problema de la ausencia del rey y se arbitraron inútilmente fórmulas para su regreso. Al año siguiente Juan de Navarra volvió a inaugurar Cortes en Zaragoza, cuya duración se dilató hasta principios de 1454 con varias pausas; los asuntos tratados fueron de nuevo la situación con Castilla, firmándose una pequeña tregua, y el deseado retorno de Alfonso V, al que se concedió un subsidio de 60.000 libras que sólo sería pagado si volvía a Aragón antes de junio de 1453. Sin embargo el rey no regresó jamás. Alfonso V fue el artífice de la política imperialista mediterránea planteada en el siglo XIII, y en él está el germen de la política italiana de Fernando II, pero sus conquistas fueron estériles al desaparecer con su muerte. No queriendo incorporar Nápoles a la Corona de Aragón, en el testamento redactado la víspera de su fallecimiento legó la corona napolitana a su hijo bastardo Ferrante, ya duque de Calabria, en tanto que otorgaba los restantes reinos a su hermano Juan de Navarra. En el testamento se omitió cuidadosamente toda alusión a la reina doña María, que por lo demás fallecería a su vez dos meses más tarde. Se ha discutido mucho sobre las desavenencias conyugales entre los esposos, el desamor del rey hacia su mujer y las relaciones entre éste y la napolitana Lucrecia de Alagno, que incluso parece le llevaron a pensar en una separación matrimonial y nuevas nupcias. Alfonso V fue más un rey italiano que español. Las luchas endémicas con Castilla y su desvío de los problemas aragoneses, así como las continuas peticiones de dinero, condujeron al reino a un progresivo empobrecimiento y a una situación de conflictividad interna, que se plasma en la incesante rivalidad entre ciertas casas nobles del país, en algunos enfrentamientos nobleza-monarquía, más frecuentes en este reinado de lo que se ha pretendido, y en un endurecimiento de las relaciones de vasallaje, acompañado de levantamientos campesinos, fenómenos todos ellos ligados entre sí. 

El rey trató de paliar los continuos apuros económicos debidos a sus empresas ultramarinas vendiendo a la nobleza tierras de realengo o señoríos confiscados a sus anteriores poseedores por crímenes de rebeldía y lesa majestad. Los magnates aragoneses, que pagaron altas sumas por estas tierras, obtuvieron con frecuencia la jurisdicción absoluta sobre los habitantes de sus señoríos. Los numerosos documentos de concesión y confirmación de jurisdicción señorial con «mero y mixto imperio», permiten deducir que el rey consentía en la cesión y fraccionamiento del poder real en los señoríos como compensación a los servicios de toda índole prestados por los ricos-hombres a la Corona. Con todo ello la condición jurídica de los vasallos de señorío aragoneses evolucionó negativamente, lo que conllevó alteraciones del orden originadas por el ansia de los vasallos de obtener libertades que sistemáticamente les eran negadas, y que al fracasar acarrearon mayor rigurosidad en su sujeción a la gleba y, por ende, un empeoramiento en su condición social. 

Los lugartenientes, especialmente doña María, intentaron pacificar el reino y aprobar un buen número de ordenanzas y textos legales para mejor regimiento del mismo, pero la ausencia del rey se hizo sentir. Es difícil pronunciar un juicio categórico sobre este reinado en lo que afecta a Aragón hasta tanto no menudeen los imprescindibles estudios parciales; no obstante, se tiene la impresión de que el saldo es negativo, sin que puedan alterar sensiblemente el balance los ecos que aquí llegaron de la labor cultural desarrollada en Nápoles. • 

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