Jaime II



(Valencia, 1267 - Barcelona 3-XI-1327). Rey de Aragón Segundogénito de Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, Jaime II ha sido generalmente bien juzgado por los historiadores, casi todos ellos catalanes, que no comparten el juicio desaprobatorio de Dante en su Divina Comedia. Sus primeras actuaciones políticas las desarrolló en Sicilia, donde fue lugarteniente desde mayo de 1283 hasta la muerte de su padre, en 1285, en medio de constantes intrigas, rebeliones y conjuras. Muerto Pedro III, mientras su hermano Alfonso III como primogénito, se convertía en rey de Aragón (1285-1291), Jaime heredaba el trono de Sicilia, siendo coronado en Palermo en 1286, con plena independencia del rey aragonés, con quien mantenía excelentes relaciones. Los cronistas italianos ensalzan la labor de este «Jacobus, Dei gratia rex Sicilie, Ducatus Apulie et Principatus Capue». Respetuoso con la constitución otorgada a la isla en 1286, convocó Cortes en 1286, 1288 y 1291, pero será la guerra contra el Papado y los ejércitos franco-angevinos, ansiosos de apoderarse de la isla, el principal problema que resolver, para el que contará con los almogávares y con el almirante Roger de Lauria

El papa y Francia, en sus deseos de aislar a Jaime, lograron arrancar de Alfonso III el tratado de Tarascón  (1291), por el que éste, a cambio de serle levantada la excomunión, se comprometía a no ayudar a su hermano, el rey siciliano. Pero el fallecimiento de Alfonso III, en ese mismo año, no sólo dejaba sin efecto lo pactado en Tarascón, sino que convertía a Jaime en rey de Aragón, con el nombre de Jaime II (1291-1327), haciéndose coronar en Zaragoza en medio de grandes fiestas. 

El deseo de conservar Sicilia, de donde siguió denominándose rey, mientras su hermano Fadrique actuaba allí como su lugarteniente, le aconsejó firmar el tratado de Monteagudo (1291) con el rey castellano Sancho IV el Bravo, con quien estaba en guerra a causa de la defensa que la casa real aragonesa venía haciendo de los infantes de la Cerda, aspirantes al trono castellano. Monteagudo tendrá importancia decisiva para el futuro, puesto que significa el reparto del Mediterráneo norteafricano, de forma que la Corona de Aragón se reservará la zona de influencia de las costas actuales de Argelia y Túnez, en tanto que para Castilla quedaban las costas del actual Marruecos, aproximadamente. 

Jaime II, además, ayudaría al castellano en la toma de Tarifa (1292). Mientras, la guerra en Italia había continuado sin interrupción. La diplomacia aragonesa trabajó con intensidad en el frente castellano y en el italiano. En el segundo, se llegaba a la firma del Tratado de Anagni (1295) con el papa Bonifacio VIII y Carlos de Anjou, rey de Nápoles. Éste renunciaba a sus pretendidos derechos a la Corona de Aragón, mientras Jaime II lo hacía respecto de Sicilia, mientras recibía la enfeudación de Córcega y Cerdeña y se pactaba el matrimonio con Blanca de Anjou, hija de Carlos II. 

Los sicilianos no aceptaron la decisión de Anagni y se apiñaron en torno a Fadrique, hermano de Jaime II, quien, muy a pesar suyo, tuvo que combatirle. La resistencia de Fadrique fue tenaz, y obligó al papa y a los Anjou a renunciar momentáneamente a sus derechos sobre Sicilia, con la firma de la paz de Caltabellota (1302), si bien se estipulaba que, tras la muerte de Fadrique, Sicilia pasaría a Carlos II de Nápoles. 

En esta política exterior basculante entre Italia y Castilla, le tocaba ahora el turno a la segunda. Si Jaime II había colaborado con Sancho IV de Castilla en la toma de Tarifa, como se ha indicado, el rey aragonés intervino en las luchas provocadas por la minoría de edad de Fernando IV, apoyando a Alfonso de la Cerda, pretendiente a la Corona castellana. Con esta política, Jaime II pretendía la ocupación y anexión del reino murciano, muchas de cuyas plazas cayeron en su poder. 

La reina castellana, María de Molina, no se resignó a ello y, tras un acuerdo de paz entre Castilla y Granada, logró la mediación del rey de Portugal en el conflicto castellano-aragonés, hasta desembocar en el tratado de Torrellas (1304), que ponía fin a la guerra iniciada en 1296. El reino de Murcia fue dividido entre castellanos y aragoneses, como se observa en una de las principales cláusulas del pacto: «Que Cartagena, Guadamar, Alacant, Elche con su puerto de mar [Santa Pola], Ella e Novella, Oriola con todos sus términos y pertenencias, quantas han e deven haver, assi como taja la agua del Segura enta el Regno de Valencia entro el mas susano cabo del término de Villena, sacada la ciudad de Murcia y Molina con sus términos, finquen y romangan al rey de Aragón, a su propiedad y de los suyos para siempre, assi como cosa suya propia, con pleno derecho y señorío, salvo que Villena, quanto a la propiedad, romanga e finque de don Juan Manuel...». Se configuraba así el definitivo reino de Valencia, uno de los integrantes de la Corona de Aragón, aunque la ciudad de Cartagena no sería para Jaime II, por condescendencia de éste con el famoso infante don Juan Manuel, uno de los principales personajes de esta época. 

El fin de la guerra llevó ahora a los aragoneses a luchar junto a los castellanos contra Granada, tomando parte en los asaltos a Ceuta, Gibraltar y Almería. 

 Pasemos ahora al Mediterráneo. Aquí van a tener lugar en estos momentos dos hechos importantes: la expedición de los almogávares a Oriente y la incorporación de Córcega y Cerdeña a la Corona aragonesa. Los almogávares -mercenarios catalanes, aragoneses y navarros- habían quedado sin misión concreta tras la firma de la paz entre Jaime II y la casa de Anjou. Esta situación constituía un auténtico peligro. Por ello, la solicitud de su ayuda por parte de Andrónico de Constantinopla supuso un gran respiro. Conocidas son las andanzas de estos guerreros en Oriente, capitaneados por Roger de Flor, Fernando Ximénez de Arenós, Bernardo de Rocafort o Berenguer de Entenza, entre otros, andanzas que cristalizaron en la toma de los ducados de Atenas y de Neopatria, en su día incorporados a la Corona, aunque por poco tiempo. Por otra parte, la ayuda militar prestada a Castilla tras el pacto de Torrellas -que llevó a los ejércitos catalano-aragoneses a Ceuta, Gibraltar y Almería, como se ha indicado- obligó a Jaime II a demorar la anexión de Córcega y Cerdeña, adjudicadas al monarca aragonés en Anagni (1295). 

La expedición y posesión tuvo lugar entre 1323 y 1325, a pesar de la ayuda que corsos y sardos obtuvieron de pisanos y genoveses, de modo que ambas islas quedaron incorporadas a la Corona de Aragón. La política mediterránea de Jaime II todavía cuenta con otros aspectos interesantes, como es la penetración en el norte de África y el acercamiento a Chipre, entre otros. El problema siciliano le hizo a Jaime interesarse por las costas norteafricanas, donde se asentaban cuatro reinos: Túnez, Bugía, Tremecén y Marruecos. En virtud del tratado signado entre Jaime II y Sancho IV de Castilla (Monteagudo, 1291), al aragonés se le adjudicaba la posible expansión por los tres primeros, mientras que Marruecos caía bajo la órbita de Castilla. La actividad comercial con los tres reinos será intensa desde entonces. 

 La reconquista de Rodas (1310) por el gran maestre de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén movió a Jaime II a poner los ojos en el reino de Chipre, optando a la mano de María de Lusignan, hermana y posible heredera del rey chipriota Enrique II, quien, al menos honoríficamente, era soberano de Jerusalén. Las miras del aragonés estaban realmente puestas en Tierra Santa, precisamente en el instante en que Enrique II de Chipre gestionaba ante el papa Clemente V la organización de una nueva cruzada. La boda entre Jaime II y María de Lusignan se celebró en 1315, pero la falta de hijos del matrimonio tiró por tierra todos los planes del monarca aragonés. 

 Desde el punto de vista de la historia interna del reino de Aragón, el gobierno de Jaime II supone la salida del bache socio-económico que había prevalecido durante parte del reinado de Jaime I y los de Pedro III y Alfonso III. Los problemas que sus dos inmediatos antecesores habían tenido con los nobles que integraron la Unión Aragonesa se desvanecieron. El temor a una invasión francesa del reino, como consecuencia del problema siciliano, hizo que todos los nobles se apiñaran con su rey, con quien colaboraron desde las primeras Cortes de Zaragoza, celebradas en 1291, y en las que Jaime II fue coronado tras jurar los Fueros

Esta tónica colaboracionista fue general, con la única de la Unión de 1301, de corto eco, de escasos resultados y fácilmente sofocada. La administración aragonesa es reestructurada, acomodándose a los nuevos tiempos y necesidades, y se zanja el problema fronterizo entre Cataluña y Aragón (1300) mediante sentencia por la que Sobrarbe, Ribagorza y la Litera son declaradas incuestionablemente aragonesas, acabando así con el problema originado por las divisiones territoriales de Jaime I. Una gran parte de la sociedad aragonesa participa en la política de Jaime II. Si la nobleza renuncia a las anteriores reivindicaciones unionistas, por otra parte, se ve favorecida por la entrega de honores diversos. Los aragoneses, en general, colaboran activamente en las campañas murciana y sarda con crecidas aportaciones de tropas y dinero. Las disposiciones antijudaicas de los reinados anteriores, e incluso de los primeros momentos de Jaime II, no sólo desaparecen sino que se truecan en una política de protección, cual es el caso conocido de los judíos de Alcolea de Cinca (1320). 

 La economía se rehace. Después de medio siglo, se vuelve a acuñar moneda en Sariñena (1307). Ello significa una reactivación, que queda plasmada en algunas obras concretas, como las llevadas a cabo en La Seo zaragozana, o en el palacio real construido en Ejea de los Caballeros 

En el ámbito religioso, la sede zaragozana se desgaja de la tarraconense, convirtiéndose en metropolitana (1318), quizás en pago a la ayuda recibida por las Cortes y el Justicia frente a los unionistas, como supone Soldevila. Pero el hecho más resonante será quizás la supresión de la Orden del Temple en todos los territorios de la Corona de Aragón, de modo que sus bienes fueron a parar, en gran parte, a la Orden del Hospital -pues en Aragón apenas afectó la aparición de la nueva de Montesa, más vinculada a la defensa del reino valenciano. La figura de Jaime II -hombre culto y respetuoso con las leyes del reino- ha atraído la atención de numerosos historiadores, de manera que la historiografía sobre la persona y la obra de Jaime II es una de las más abundantes de cuantas se han dedicado a los monarcas aragoneses.

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