La cruzada contra Constantinopla (1204)

Tintoretto

En los muchos intentos hechos para fundar los estados cristianos los esfuerzos de los cruzados se habían dirigido solo hacia el objetivo por el que la Guerra Santa había sido instituida; la cruzada contra Constantinopla muestra la primera desviación del propósito original. Apenas había sido elegido papa Inocencio III, en enero, 1198, cuando inauguró una política para el Oriente que siguió a lo largo de todo su pontificado. Subordinó todo lo demás al rescate de Jerusalén y a la reconquista de la Tierra Santa. En sus primeras Encíclicas convocó a todos los cristianos a unirse a la cruzada e incluso negoció con Alejo III, el emperador bizantino, tratando de convencerlo de reintegrar la comunión con Roma y utilizar sus tropas para la liberación de Palestina. 
Pedro de Capua, el legado papal, motivó una tregua entre Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León, en enero de 1199, y predicadores populares, entre otros el cura párroco Foulques de Neuilly, atrajeron grandes multitudes. Durante un torneo en Ecry-sur-Aisne, el 28 de noviembre de 1199, el conde Teobaldo de Champaña y un gran numero de caballeros tomaron la cruz; en Alemania del sur Martín, Abad de Pairis, cerca de Colmar, atrajo muchos a la cruzada. Parecía, sin embargo, que, desde el principio, el papa perdió el control de esta empresa. Sin ni siquiera consultar a Inocencio III, los caballeros franceses, que habían elegido a Teobaldo de Champaña como su jefe, decidieron atacar a los mahometanos en Egipto y en marzo, 1201, concluyeron con la República de Venecia un contrato para el transporte de tropas en el mediterráneo. A la muerte de Teobaldo los cruzados eligieron como su sucesor a Bonifacio, Marqués de Montferrat, y primo de Felipe de Suabia, entonces en conflicto abierto con el papa. 
Justo en ese momento el hijo de Isaac Angelus, el destronado emperador de Constantinopla, buscó refugio en Occidente y le pidió a Inocencio III y a su propio cuñado, Felipe de Suabia, el reintegrarlo en el trono imperial. Se ha planteado la cuestión de si fue un acuerdo previo entre Felipe y Bonifacio de Montferrat para desviar la cruzada hacia Constantinopla, y un pasaje en la "Gesta Innocentii" (83, en Pág. L., CCXIV, CXXXII) indica que la idea no era nueva para Bonifacio de Montferrat cuando, en la primavera de 1202, la dio a conocer al papa. Entretanto los cruzados reunidos en Venecia no podían pagar la cantidad exigida por su contrato, así, a manera de intercambio, los venecianos sugirieron que ayudaran a recuperar la ciudad de Zara en Dalmacia. Los caballeros aceptaron la propuesta, y, después de unos días de sitio, la ciudad capituló en noviembre, 1202. Pero fue en vano que Inocencio III instó a los cruzados a salir para Palestina. Habiendo obtenido la absolución por la captura de Zara, y a pesar de la oposición de Simón de Montfort y una parte del ejército, el 24 de mayo de 1203, los jefes ordenaron la marcha sobre Constantinopla. 
Ellos habían concluido con Alejo, el pretendiente bizantino, un tratado por el cual éste prometía obtener el retorno de los griegos a la comunión con Roma, dar a los cruzados 200,000 marcos, y participar a la Guerra Santa. El 23 de junio la flota de los cruzados se presentó delante de Constantinopla; el 7 de julio tomaron posesión de un suburbio de Galacia y forzaron su entrada en el Cuerno de oro; el 17 de julio atacaron simultáneamente las murallas marinas y las murallas terrestres del Blachernæ. 
Las tropas de Alejo III intentaron una infructuosa salida, y el usurpador huyó, después de lo cual Isaac Angelus fue liberado de prisión y se le permitió compartir la dignidad imperial con su hijo, Alejo IV. Pero aunque éste último hubiera sido sincero habría sido incapaz de respetar las promesas hechas a los cruzados. Después de unos meses de tediosa espera, aquéllos de entre los cruzados acuartelados en Galacia perdieron paciencia con los griegos, que no sólo se negaban a respetar su acuerdo, sino que incluso los trataban con abierta hostilidad. El 5 de febrero de 1204, Alejo IV e Isaac Angelus fueron destronados por una revolución, y Alejo Murzuphla, un usurpador, emprendió la defensa de Constantinopla en contra de los cruzados latinos que se prepararon a asediar Constantinopla por segunda vez. Por un tratado concluido en marzo, 1204, entre los venecianos y los jefes cruzados, se pusieron de acuerdo por adelantado para compartir los despojos del imperio griego. El 12 de abril de 1204, Constantinopla fue tomada por asalto, y al día siguiente comenzó el cruel pillaje de sus iglesias y palacios. Obras maestras de la antigüedad, amontonadas en lugares públicos y en el Hipódromo, fueron completamente destruidas. Clérigos y caballeros, en su avidez por adquirir famosas e inestimables reliquias, tomaron parte en el saqueo de las iglesias. Los venecianos recibieron la mitad del botín; la parte de cada cruzado fue determinada según su grado de barón, caballero, o alguacil, y la mayor parte de las iglesias de Occidente se enriquecieron con los ornamentos despojados de las de Constantinopla. El 9 de mayo de 1204, un colegio electoral, constituido por prominentes cruzados y venecianos, se congregó para elegir un emperador. Dandolo, Dogo de Venecia, rechazó el honor, y no se consideró a Bonifacio de Montferrat. Al fin Balduino, conde de Flandes, fue elegido y solemnemente coronado en Santa Sofía. Constantinopla y el imperio fueron divididos entre el emperador, los venecianos, y el jefe de los cruzados; el Marqués de Montferrat recibió Tesalónica y Macedonia, con el título de rey; Enrique de Flandes fue hecho Señor de Adramyttion; Luis de Blois fue hecho duque de Nicea, y se otorgaron feudos a seiscientos caballeros. Entretanto, los venecianos se reservaron los puertos de Tracia, el Peloponeso, y las islas. Se eligió como patriarca a Tomas Morosini, un sacerdote veneciano. 

Ante las noticias de estos eventos tan extraordinarios, en los que no había tenido ninguna influencia, Inocencio III se plegó como en sumisión a los designios de la Providencia y, en el interés de la Cristiandad, se decidió a obtener lo mejor de la nueva conquista. Su principal objetivo fue de acabar con el cisma griego y poner las fuerzas del nuevo imperio latino al servicio de la cruzada. Por desgracia, el imperio latino de Constantinopla estaba en una condición demasiado precaria para proporcionar cualquier apoyo material a la política papal. El emperador era incapaz de imponer su autoridad a los barones. En Nicea no lejos de Constantinopla, el ex gobierno bizantino reunió los restos de su autoridad y sus partidarios. Se proclamó emperador a Teodoro Lascaris. En Europa Joannitsa, zar de los valaquitas y de los búlgaros, invadió Tracia y destruyó el ejército cruzado frente a Adrianópolis, el 14 de abril de 1205. Durante la batalla cayó el emperador Balduino. Su hermano y sucesor, Enrique de Flandes, dedicó su reino (1206-16) a interminables conflictos con los búlgaros, los lombardos de Tesalónica, y los griegos de Asia Menor. A pesar de eso, consiguió fortalecer la conquista latina, formo una alianza con los búlgaros, y estableció su autoridad incluso sobre los propietarios feudales de Morea (Parlamento de Ravena, 1209); sin embargo, lejos de conducir una cruzada en Palestina, tuvo que solicitar ayuda de Occidental, y fue obligado a firmar tratados con Teodoro Lascaris e incluso con el sultán de Iconium. 
Los griegos no se reconciliaron con la Iglesia de Roma; la mayor parte de sus obispos abandonaron sus sedes y se refugiaron en Nicea, dejando sus iglesias a los obispos latinos nombrados para reemplazarlos. Los conventos griegos fueron reemplazados por monasterios cistercienses, por comanderías de Templarios y Hospitalarios, y por capítulos de canónigos. Con raras excepciones, sin embargo, la población nativa permaneció hostil y tomó a los conquistadores latinos como extranjeros. Habiendo fallado en todos sus intentos por instigar en los barones del imperio latino el emprender una expedición contra Palestina, y entendimiento por fin la causa del fracaso de la cruzada en 1204, Inocencio III decidió (1207) organizar una nueva cruzada sin tomar en cuenta la opinión de Constantinopla. Las circunstancias, sin embargo, eran desfavorables. En lugar de concentrar las fuerzas de la Cristiandad contra los mahometanos, el papa los desbandó proclamando (1209) una cruzada contra los albigenses en el sur de Francia, y contra los Almorávides de España (1213), los paganos de Prusia, y Juan Lackland de Inglaterra. 
Al mismo tiempo ocurrieron estallidos de emoción mística semejantes a los que habían precedido la primera cruzada. En 1212 un joven pastor de Vendôme y un joven de Colonia reunieron miles de niños a quienes les propusieron conducirlos a la conquista de Palestina. El movimiento se extendió a través de Francia e Italia. Esta "Cruzada de los Niños" llegó por fin a Brindisi, donde comerciantes vendieron a muchos de los niños como esclavos a los moros, mientras que casi todos los demás morían de hambre y agotamiento. 
En 1213 Inocencio III había predicado una cruzada en todas partes de Europa y enviado al Cardinal Pelagius a Oriente para obtener, si posible, el regreso de los griegos al seno de la unidad romana. El 25 de julio de 1215, Federico II, después de su victoria sobre Otón de Brunswick, tomó la cruz en la tumba de Carlomagno en Aquisgrán. El 11 de noviembre de 1215, Inocencio III inauguró el Cuarto Concilio De Letrán con una exhortación a todo los fieles para participar en la cruzada, cuya salida se fijó para 1217. Al momento de su muerte (1216) el Papa Inocencio pensó que se había iniciado un gran movimiento. 

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