Priscilianismo
Priscilianismo
Esta herejía se originó en España en el siglo IV, derivada de las doctrinas gnóstico- maniqueas enseñadas por Marco, un egipcio de Menfis.
Sus primeros seguidores fueron una dama llamada Ágape y un retórico llamado Elpidio, a través de cuya influencia se unió a ellos Prisciliano, "hombre de noble cuna, grandes riquezas, atrevido, inquieto, elocuente, erudito gracias a sus grandes lecturas, siempre listo para el debate y la discusión " (Sulpicio Severo, "His. Sac.", II, 46). Su elevada posición y sus grandes dotes le convirtieron en el líder del grupo y en ardiente defensor de las nuevas doctrinas. Sus dotes oratorias y la reputación por su extremo ascetismo atrajeron a muchos seguidores, entre ellos dos obispos, Instanciano y Salviano. Los miembros de la nueva secta se organizaron en una sociedad que se unía por un juramento. Su rápida difusión atrajo la atención del obispo católico de Córdoba, Higinio, quien le manifestó sus temores a Idacio, obispo de Mérida, y a instancias de este último y de Itacio de Ossanova, celebraron un sínodo en Zaragoza en el 380, al que acudieron obispos no solo de España sino de Aquitania. También se convocó a los priscilianistas, pero se negaron a acudir y el concilio pronunció sentencia de excomunión contra los cuatro líderes Instancio, Salviano, Helpidio y Prisciliano.
Se encargó a Itacio, hombre impulsivo y violento, que hiciera cumplir los decretos conciliares. No logró convencer a los herejes quienes, en claro desafío, ordenaron a Prisciliano como sacerdote y le nombraron obispo de Ávila.
Idacio e Itacio apelaron a las autoridades imperiales. El emperador Graciano emitió un decreto que no solo privaba a los priscilianistas de las iglesias en las que habían intrusado, sino que además los condenaba al exilio. Instancio, Salviano y Priciliano fueron a Roma para ganar la ayuda del Papa Dámaso para conseguir la revocación de la sentencia. Al negárseles una audiencia se fueron a Milán para hacerle una petición similar a San Ambrosio, pero con el mismo resultado. Entonces recurrieron a la intriga y el soborno en la corte con tal éxito que no sólo se vieron libres de la sentencia de destierro, sino que se les permitió tomar posesión de sus iglesias de España, donde, bajo el patrocinio de los oficiales imperiales, disfrutaron de tal poder que obligaron a Itacio a salir del país. Este, a su vez, apeló a Graciano, pero antes de que se hiciera nada, el emperador fue asesinado en París, y el usurpador Máximo ocupó su lugar.
Máximo, deseando congraciarse con el partido ortodoxo y llenar sus arcas a través de las confiscaciones, ordenó que se realizara un concilio, el cual se realizó en Burdeos en el año 384. Primero se juzgó a Instancio que fue condenado a la deposición. Entonces Prisciliano apeló al emperador que estaba en Tréveris. Itacio actuó como acusador y fue tan vehemente en sus denuncias que San Martin de Tours, que estaba en Tréveris, intervino y, después de manifestar su desaprobación por llevar un caso eclesiástico ante un tribunal civil, obtuvo del emperador la promesa de no realizar su condena hasta el extremo del derramamiento de sangre. Después que San Martín abandonó la ciudad, el emperador nombró como juez al prefecto Evodio, que encontró a Prisciliano y a algunos otros culpables del crimen de magia. Se le informó la decisión al emperador, quien mandó ejecutar a espada a Prisciliano y varios de sus seguidores; a otros se les confiscaron sus propiedades y fueron condenados al destierro.
La conducta de Itacio fue severamente reprobada. Cuando San Martín de Tours oyó lo que había sucedido, volvió a Tréveris y obligó al emperador a rescindir la orden dada a los tribunos militares, que ya estaban de camino hacia España para extirpar la herejía. No tiene fundamento la acusación de que la Iglesia recurrió a la autoridad civil para castigar a los herejes, en la condena y muerte de Prisciliano. El Papa censuró no sólo las acciones de Itacio sino también las del emperador. San Ambrosio fue igualmente severo en la denuncia del caso, y algunos de los obispos galicanos, que estaban en Tréveris bajo el liderazgo de Teognisto, rompieron la comunión con Itacio, que luego fue depuesto de su sede por un sínodo de obispos españoles, mientras que su amigo y cómplice, Idacio, fue obligado a dimitir.
La muerte de Prisciliano y sus seguidores tuvo un efecto inesperado. El número y el celo de los herejes aumentaron y se veneró como santos y mártires a los que habían sido ejecutados. El progreso y difusión de la herejía requería nuevos métodos de represión. En el año 400 se celebró un concilio en Toledo en el que muchos, entre ellos los obispos Sinfonio y Dictinio, se reconciliaron con la Iglesia. Dictinio fue el autor de "Libra" (Las Balanzas) un tratado moral desde el punto de vista priscilianista. La convulsión que siguió en la península española a la invasión de los vándalos y los suevos, ayudó a la difusión del priscilianismo. Tan amenazador fue este reverdecimiento de la herejía que Paulo Orosio, un sacerdote español, le escribió a San Agustín (415) para conseguir su apoyo en la lucha contra ella. En una fecha posterior el Papa León tomó parte activa en la represión y gracias a su urgente insistencia se reunieron varios concilios en 446 y 447 en Astorga, Toledo y Galicia. A pesar de estos esfuerzos, la secta siguió propagándose durante el siglo V, para comenzar a declinar en el siglo VI y, tras el Sínodo de Braga del año 563, que legisló en su contra, pronto desapareció.
Respecto a las doctrinas y enseñanzas de Prisciliano y su secta no es necesario entrar en los méritos de la discusión si Prisciliano fue culpable de los errores que tradicionalmente se le atribuyen, si fue realmente hereje o si fue condenado injustamente. La falta de entendimiento y la reprobación ya durante su vida y después contribuyó a que se le cargara con el peso de opiniones heréticas que se desarrollaron más tarde y que se asocian con su nombre. El peso de la evidencia durante todo el curso de los acontecimientos a lo largo de su vida hace que el supuesto de inocencia sea extremadamente improbable. Los once tratados salidos de su pluma, descubiertos por Schepss en un manuscrito de los siglos V o VI hallado en la biblioteca de la Universidad de Würzburgo, no han puesto fin a la controversia que aún está envuelta en considerable dificultad. Kunstle (antiprisciliana), que ha examinado todo el testimonio, ha decidido a favor de la tesis tradicional que parece la única capaz de ofrecer una solución adecuada al hecho de que la Iglesia en España y Aquitania se despertó a la actividad por la tendencia separatista del movimiento priscilianista.
Las doctrinas priscilianistas se basaban en el dualismo gnóstico- maniqueo, una creencia en la existencia de dos reinos, uno de la luz y otro de la oscuridad. Decían que los ángeles y las almas de los hombres eran arrancadas de la sustancia de la deidad. Las almas humanas estaban destinadas a conquistar el reino de las tinieblas, pero cayeron y fueron aprisionadas en cuerpos materiales. Así ambos reinos están representados en el hombre, y de ahí el conflicto simbolizado por parte de la luz por los doce patriarcas, espíritus celestiales, que corresponden a ciertos poderes humanos; y por parte de la oscuridad, por los signos del zodíaco, símbolos de la materia y del reino inferior. La salvación del hombre consiste en la liberación del dominio de la materia. Cuando los doce patriarcas no pudieron liberarle, vino el Salvador en un cuerpo celeste que aparecía como el de otros hombres y con su doctrina y su muerte aparente liberó las almas de los hombres de la influencia de lo material.
Estas doctrinas podían armonizarse con las enseñanzas de la Escritura sólo mediante un extraño sistema de exégesis, en el cual se rechazaba por completo el sentido literal y una teoría igualmente extraña de la inspiración personal. Aceptaban el [[Antiguo Testamento, pero rechazaban el relato de la creación. Reconocían como genuinos e inspirados algunos escritos apócrifos.
La ética del dualismo priscilianista con su pobre concepto de la naturaleza dio origen a un indecente sistema ascético así como a algunas observancias litúrgicas peculiares, tales como el ayuno los domingos y el día de Navidad. Puesto que sus doctrinas eran esotéricas y exotéricas y puesto que creían que los hombres en general eran incapaces de entender los más altos caminos, a los priscilianistas, o al menos a los iluminados, se les permitía mentir en aras de una finalidad más santa. Fue debido precisamente a que era probable que estas enseñanzas escandalizaran incluso a los fieles, que Agustín escribió su famosa obra “De mendacio”. (Sobre la Mentira).